Mi miedo a las pistolas empieza desde muy chiquita con el sonido de las balas. Mi papá nos enseñó a mis dos hermanos y a mí a disparar, yo era la mas chiquita y estaba segura que no usaría un arma de fuego. Yo confiaba en los gritos de mi mamá y en el ladrido de los perros para anunciarnos el peligro. Sabía que podía esconderme en un cuarto secreto que había en mi cuarto, o en el armario. Las balas podían penetrar la madera pero yo estaba convencida que tener una ruta de escape era más efectivo que disparar un arma, sobretodo a los siete años.
Mi papá tenía un carnet que el departamento de defensa expedía después de una análisis detallado de su pasado judicial. Él mostraba su carnet con orgullo, ya que este daba la legalidad a sus armas de fuego; desde revólveres hasta escopetas. Una de sus aventuras de muchacho era irse de caza con sus amigos y sus perros. Mi papá nos enseñó a que si teníamos que defendernos no podíamos dudar ni un momento en disparar. Mi papá nos decía: "si tienes pistola es para usarla, no para amenazar". Yo jamás tendría una pistola, ni de juguete, ni de agua, ni de pintura, ni muchos de verdad. El aspecto de las armas me parece aterrador y el sonido me aturde. Mi generación tuvo que vivir con las bombas que se ponían en centros comerciales y edificios públicos en la época de la guerra entre mafiosos. En cualquier momento llegaban a las discotecas o restaurantes a matar a alguien y por eso mi mamá no nos dejaba salir hasta tarde y muchas veces ni siquiera nos dejaba salir. El colegio era el único lugar medianamente seguro, a menos de que hubiera un carro bomba en la entrada, por eso nos ponían a hacer simulacros y nos entrenaban para escondernos debajo de los pupitres y aprender de memoria rutas de evacuación. En Colombia yo no vivía tranquila, los lindos de las mechas del tradicional juego de tejo que algunos compañeros jugaban con mucha alegría, mi me recordaban los disparos de media noche de mi papá para espantar a los bandidos, y yo no jugaba tejo por el sonido de la explosión de la piedra al estallar la pólvora, muchas veces sentí morir cuando escuché ese sonido. Jamás se me ocurrió que alguno de mis compañeras pudiera entrar disparando al colegio, ni a la universidad. Eran lugares para aprender, a jugar y compartir con amigos. Siento una enorme tristeza por la juventud y maestros en Estados Unidos, las armas no debería existir.
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Author: SOFIA PUERTAI believe in the power of words. Let our actions speak for us. Categories |