Cansado del ego y sus sonidos
Me escapé a un lugar tranquilo. Decidí escuchar el atardecer, el río, las estrellas y cada suspiro. Decidí romper las cadenas del destino, estaba a salvo, tranquila, tal vez llena de sentido. Y un día el ego me encontró, no le importó que yo me hubiera ido. Me vio resucitando una mariposa herida y me escuchó hablando con un niño, con mi madre, con el vecino y con un amigo. Cuando sentí que ahí estaba lo saludé: hola ego, pensé que te había perdido. Aquí estoy, me dijo, soy parte de tu camino. No será así le dije con cariño, por mi conciencia te has desvanecido. Puedes quedarte si quieres, pero por favor no entres que ya no eres bienvenido.
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del Diario de SofíaInspirada en la leyenda de los Delfines Rosados (Botos) del Amazonas.
Por Sofía Puerta Webber (2011) Delfino Boto nació en Solano, Caquetá, en pleno aguacero. Hubo desconcierto en el pueblo por la llegada del bebé de Amabel, la hija del notario. Le inventaron chismes desde que le salió la panza y qué algarabía cuando vieron al niño narizón, de tez blanca como la espuma y brillante como el maíz. Delfino creció protegido por las sombras de los árboles. Por ser albino, no podía asomar su piel al sol; los rayos le perforaban causando ampollas y mucho dolor. "Quema", fue lo primero que musitó antes de decir “mamá”. Al cumplir 10 años preguntó por su padre. "Es un delfín rosado del río", dijo orgullosa Amabel. Delfino incrédulo se llenó de rabia, nunca habían visto a nadie así como él; pálido, con ojos rojos, pestañas transparentes y cabello como algodón. Habló con el sacerdote del pueblo quien lo animó: "ten fe". Buscó al cacique huitoto quien le explicó: "sagrados los hijos de Boto". El profesor de ciencias sociales concluyó: “todo es posible”. Acudió a su abuelo desesperado: "¿Por qué yo?". Se abrazaron y juntos lloraron. Delfino era silencioso y rara vez jugaba con otros niños. Pasaba horas leyendo, recostado en una hamaca debajo del árbol de mango a orillas del río, entregado al estudio de las ciencias naturales. Lleno de frustración, al atardecer, se solía sumergir en el agua en busca de su padre, quien no asomaba la famosa trompa. Delfino quería ser biólogo para entender el misterio de su existencia y logró ganar una beca para estudiar en la Universidad de Antioquia. Noches de borrachera sucedieron a su partida. Encontró alivio en el aguardiente, al sentirse mitad hombre, mitad quién sabe qué. Fue difícil adaptarse a Medellín, ciudad de flores, ecos y ríos de asfalto. Finalmente recibió el título de biólogo y regresó a su pueblo. Una tarde, esculcando el armario de su madre, encontró el diario donde ella escribió, cuando copuló con el boto, esa noche de luna plena. “Un hombre hermoso con sombrero negro y dientes blancos llegó a la casa. Me llamó por mi nombre. Sentí conocerlo de tiempo atrás. Me invitó a pasear por el río. Nos sumergimos en el agua junto a la roca amarilla y acarició mi cuerpo con ternura y me besó. Algo duro y viscoso entró y salió varias veces por mi vagina. Un remolino sacudió mis piernas, sentí que el caudal del mismo río brotaba dentro de mí. Gemimos al unísono y me reveló: “nuestro hijo será llamado Delfino Boto, nacerá blanco, caminará sobre las aguas y despegará los pies del suelo”. Con diario en mano, Delfino corrió hasta el río, emitió un chillido agudo que retumbó por todo el pueblo. Se clavó de cabeza al agua. Nadie sabe qué sucedió. A la madrugada del tercer día Delfino Boto apareció desnudo, inmóvil, recostado sobre la roca. Desde entonces, se le ve un hoyuelo profundo en medio de las cejas. El cura piensa que se le abrió por ser “mitad pez”, el chamán dice que por “traspasar las profundidades del gran río” y el profesor asegura que Delfino Boto finalmente “aceptó ser”. |
Author: SOFIA PUERTAI believe in the power of words. Let our actions speak for us. Categories |